CIENCIA FICCIÓN CHILENA

Guillermo González Hernández

La primera obra de ciencia ficción escrita y publicada en Chile, según la investigación de Andrea Bell (1995), es Desde Júpiter de Francisco Miralles, la cual fue publicada bajo el seudónimo de Saint Paul en 1877 y, posteriormente, reeditada en 1887 con dos cambios relativamente significativos: primero, la sustitución del seudónimo por el nombre del autor y, segundo, el acompañamiento de una especie de subtítulo consignado como “curioso viaje de un santiaguino magnetizado”. No obstante, es posible datar la aparición de dos antecedentes del género en el territorio chileno: el primero, es la circulación de la novela de anticipación L’An deux mille quatre cent quarante (1771), del francés Louis Sebastian Mercier, de la cual se tiene conocimiento gracias al historiador José Toribio Medina quien aseguraba que esta obra fue proscrita en Chile por decreto del Rey de España (VEGA, 2005). El segundo, es la obra del inglés Benjamín Tallman titulada Espejo del futuro (1875), de la cual solo se tiene una fotocopia poco nítida que parece haber sido impresa en el norte de Chile.

Los estudios de Andrea Bell y Mosiés Hasson (1998) proponen una periodización de la literatura de ciencia ficción que abarca una etapa fundacional (referida exclusivamente a la obra de Miralles), un preludio y una época dorada. Por su parte, Macarena Areco (2009), añade tres periodos posteriores: decaída/repunte, recuperación y una nueva edad dorada, abracando las publicaciones asociadas al género entre la dictadura y la post-dictadura chilena.

El periodo denominado Preludio consta de tres grupos de obras: las utópicas, que se refiere a los relatos de carácter utópico en donde destacan las obras Tierra firme de 1927 escrita por Julio Assman, Ovalle: 21 de abril del año 2031 de David Perry publicada el año 1933 y la obra de Michel Doezis Visión de un sueño milenario del año 1950; los cuentos espaciales que constituyen relatos de aventuras espaciales influenciados por la tendencia de las revistas norteamericanas de ciencia ficción que, durante este periodo, habían alcanzado gran popularidad. En este grupo destacan El dueño de los astros (1929) de Ernesto Silva Román y El caracol y la diosa (1950) de Enrique Araya; finalmente, los mundos perdidos, que incluye a las obras que narran historias basadas principalmente en los mitos de la Ciudad de los Césares como Pacha Pulai (1935) de Hugo Silva, La ciudad de los Césares (1936) de Manuel Rojas y En la ciudad de los Césares (1939) de Luis Enrique Délano. Además, se agregan obras que tienen su fundamento en el mito de la Atlántida como La Atlántida pervertida (1934), En el mundo en ruinas (1935), ambas de Thayer Ojeda, y Kronios (1954) de Diego Barros Ortiz.

Las obras que se enmarcan en los tres grupos anteriores constituyen un preludio o fase previa a lo que sería el auge de la producción de la literatura de ciencia ficción en Chile marcado por la publicación de Los Altísimos (1959) de Hugo Correa, abarcando prácticamente solo a las narraciones producidas durante la primera mitad del siglo XX. En las obras comprendidas en el preludio, es posible evidenciar el interés que los autores tenían tanto por los modelos norteamericanos y europeos, como de las tradiciones míticas y los problemas sociales propios de esta parte de la región. Además, se distingue transversalmente una fusión entre lo fantástico-maravilloso y los elementos propios de la ciencia ficción.

La llamada Edad de Oro comienza precisamente con la publicación de Los Altísimos, posicionando a Hugo Correa como el autor fundamental de la ciencia ficción chilena, además, en este periodo se inserta también a Antonio Montero que, incluyendo Los Superhomos, publicó Acá en el tiempo (1969) y No morir (1971). Ambos autores, abandonaron el optimismo utópico del preludio y desarrollaron imaginarios apocalípticos y post-apocalípticos, estableciendo un vínculo con la realidad político-social tanto de Chile como de las grandes potencias de la época, dejando entrever una crítica a los modelos políticos dominantes (GONZÁLEZ HERNÁNDEZ, 2018).

Areco (2009) inscribe también dentro de la Edad de Oro a Elena Aldunate con La bella durmiente (1976) y Del cosmos las quieren vírgenes (1977), y José Bohr con Mañana hacia el ayer (1975), siendo los únicos autores que publican obras de este tipo durante los primeros años de la dictadura militar y los últimos antes del comienzo de la etapa de Decaída y repunte, pues “desde mediados de los 70 la producción de ciencia ficción científica decae, para empezar a remontar tímidamente en los 80. De ello son muestra La última canción de Manuel Sendero (1982) de Ariel Dorfman (1942) y El ruido del tiempo (1987) de Claudio Jaque (1954)” (ARECO, 2009, p. 42).

A pesar de este declive de publicaciones de obras del género dentro del territorio chileno, Omar Vega (2005) apunta un número no menor de relatos que, desde el exilio de los autores, se suman a las obras del territorio nacional, incluyendo El valle de los relámpagos (1985), Encuentros paralelos (1987), ambos de Eduardo Barredo exiliado en Cuba, la obra teatral Tres piezas de teatro hacia el mañana (1974) de Alberto Baeza Flores residido en Costa Rica y la antología El Hipódromo de Alicante (1989) de Héctor Pinochet publicada en España.

Como se puede observar, en la segunda mitad de la década de 1980 comienza a reactivarse un nuevo interés por la ciencia ficción, no solo desde el ámbito literario, sino también desde lo académico con el estudio de Remi-Maure (1984), titulado Science Fiction in Chile y el artículo En torno a la ciencia-ficción: propuesta para la descripción de un género histórico de Luis Vaisman (1985). Sin embargo, la verdadera etapa de Recuperación no fue sino hasta los años 1990 en donde esta incipiente fascinación cobró mayores bríos, especialmente con la articulación de un nuevo grupo de autores y entusiastas del género que se movían por las revistas Tauzero y Fobos, así como por la organización de actividades a través de la Sociedad Chilena de Fantasía y Ciencia Ficción (SOCHIF) y del taller de Ficcionautas Asociados. Dentro de esta generación destacan Diego Muñoz con Flores para un cyborg (1997) y Darío Osses con 2010: Chile en llamas (1998).

Durante el siglo XX, los distintos relatos de ciencia ficción se caracterizaron por utilizar tanto los imaginarios utópicos como distópicos, elaborando fabulaciones que, durante la primera mitad del siglo, manifestaban un optimismo sobre el progreso social y tecnológico, proyectando especulaciones futuristas, mientras que en la segunda parte de la centuria, esta visión positiva se ve matizada por la articulación de relatos que se aplican la ciencia ficción para examinar los problemas que enfrentaba la sociedad chilena de la época.

El 2005 se inaugura la Nueva Edad de Oro o Segunda Fundación¸ la cual destaca por dos sucesos que marcan el camino de la ciencia ficción actual en Chile:

En primer lugar, la fundación de la editorial Puerto de Escape y sus siguientes publicaciones Años Luz: Mapa estelar de la ciencia ficción en Chile (2006) de Marcelo Novoa y La segunda enciclopedia de Tlön (2007) de Sergio Meier. Y, en segundo lugar, el advenimiento de Ygdrasil (2005) de Jorge Baradit, novela de gran repercusión académica y popular. (ESPINOZA, 2021, p. 1)

Estos dos acontecimientos la dan nuevos valores a la ciencia ficción chilena, ya que comienza a aumentar la producción literaria a través de editoriales independientes como Editorial Imbunche o Áurea Editores, y, al mismo tiempo, el mundo académico comienza a volcar su mirada hacia el género con un alto número de artículos especializados, tesis de grados y actividades académicas que le comienzan a abrir las puertas a narrativas que habían estado marginadas por largos años. Esta segunda edad dorada da pie a un crecimiento sustancial del interés en la ciencia ficción dentro del país, particularmente por retomar una corriente distópica y tecnofóbica que permite cuestionar, dentro de las diégesis, los metarrelatos sociales del nuevo milenio.

Aunque la periodización de Areco y Espinoza tienden a abarcar desde inicios del Siglo XXI hasta la actualidad, es importante destacar que desde la década del 2010 se evidencia un nuevo periodo que podría ser denominado como Expansión, puesto que la producción de ciencia ficción chilena no queda anclada a la literatura tradicional, sino que emerge hacia otros soportes como la novela gráfica, el cómic y la ficción pictórica. Si bien existían antecedentes de publicaciones relacionadas a la narrativa gráfica como las revistas Rocket, Robot, Rakatán y Capitán Júpiter de la década de 1960 a cargo de Luis Cerna, la revista Mampato (1969) de Themos Lobos o la serie Incal (1980-1988) de Alejandro Jodorowsky (VEGA, 2005), no fue sino hasta los albores de la primera década de este siglo cuando se produjo un alto flujo editorial de obras de este tipo, destacando Informe Tunguska (2009) de Claudio Romo y Alexis Figueroa, la saga Zombies en La Moneda (2009-2011) del Equipo ZELM y 1899: Metahulla I y 1959: Metahulla II (2018), de Francisco Ortega y Nelson Daniel, todas estas obras enmarcadas dentro del formato de novela gráfica. Así mismo, en el cómic destacan El Gran Guarén (2013) de Claudio Álvarez y Pedro Tralkan, junto con Clandestino (2021) de Amancay Nahuelpan. Por su parte, en la ficción pictórica, destacan las obras de Claudio Romo Viajes por el jardín espectral de Aparicio Albino (2016) y Tábula Esmeraldina (2017).

En efecto, el impacto de la ciencia ficción en Chile durante las últimas décadas es tal que, en la actualidad, es posible reconocer largometrajes del género como Malta con huevo (2008) de Cristóbal Valderrama, El Circuito de Román (2012) de Sebastián Brahm y Juan in a Million (2012) dirigida por Sergio Allard, Nicolás Klein y Denis Arqueros. También, con mayor o menor éxito, se han producido telenovelas (Descarado, 2006), series (Gen Mishima, 2008), video juegos (Biosupremacy, 2017), teatro (CIENCIA/ficción, 2010), juegos de cartas coleccionables (Humankind, 2005-2007), novelas con bandas sonoras (Ceres, 2021) e incluso podcast (Caso 63, 2020).

La ciencia ficción chilena actualmente se nutre de dos fuentes de desarrollo: por un lado, existe una ciencia ficción mediatizada marcada por la concepción del género como producto comercial, agrupando publicaciones que abordan aventuras espaciales, vidas alienígenas, mudos virtuales y toda la estética hollywoodense propia del fandom iniciado en los noventa, mientras que, por otro lado, existe una corriente que sin eludir el lado comercial de la marca editorial ciencia ficción, recoge una línea de revisión, reflexión y crítica socio-política centrada especialmente en la reconstrucción nacional post-dictadura, donde la ciencia ficción, la memoria y la historia trabajan en conjunto.


REFERÊNCIAS

ARECO, Macarena. Visión del porvenir y espejo del presente: una panorámica del casi siglo y medio de ciencia ficción en Chile. Cartografía de la novela chilena reciente. Santiago: CEIBO ediciones, p. 115-133, 2015.
ESPINOZA, Luis. Fractalismo: Una propuesta histórico-literaria en torno a la ciencia ficción. 2021. Disponible en: https://critica.cl/literatura/fractalismo-una-propuesta-historico-literaria-en-torno-a-la-ciencia-ficcion.
GONZÁLEZ HERNÁNDEZ, Guillermo. Ficcionalización histórica en el espacio post-apocalíptico de Los Superhomos. Impossibilia 16, p. 4-27, 2018.

BIBLIOGRAFIA COMPLEMENTAR

BELL, Andrea. Bell, Andrea. Desde Júpiter: Chile’s Earliest Science-Fiction Novel. Science Fiction Studies. v. 2, n. 2, p. 187-197. 1995.
BELL, Andrea y HASSON, Moisés. Prelude to the Golden Age: Chilean Science Fiction, 1900-1959. Science Fiction Studies. v. 25, n. 2, p. 285-299, 1998.
VEGA, Omar. En la luna: un bosquejo de la ciencia-ficción chilena. 2005. Disponible en: Memoria Chilena, Biblioteca Nacional de Chile.

http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-9713.html